sábado, 10 de octubre de 2009

Relato después de un sueño extraño...


Gritó en medio de la oscuridad de la noche. La escritora corrió agitada hacia una casa deshabitada de la que apenas y vio una ventana, casi tropezándose con las rocas de la carretera y sin saber qué fue aquello que vio en el camino, semejante al rostro de una mujer con barbas tan pobladas como las de un judío. Al entrar a la casa, notó que habían restos de un espejo quebrado en el piso, después no vio más. Ahí fue cuando la escritora despertó, deseando con verdaderas ansias encontrar un lapicero cerca...



Rojo, verde, azul, celeste... aunque la pintara de mil colores nunca estuvo a gusto en su casa, la abandonó desde hacía mucho tiempo, pobre hombre. De tan triste que se veía, la gente le tenía miedo y más por los gritos que a veces daba, parecían de dolor... Pero yo ya sabía que se iba ir pronto porque a veces se paraba en las esquinas de su casa con una pena, como mirando a lo lejos quién sabe qué, yo creo que la tristeza lo estaba carcomiendo de a pocos.


Lucas permaneció pensativo, perdido, con la mirada fija en la puerta que le cerraron y, sobreponiéndose al cansancio, continuó su caminata por el lugar; Su rostro estaba colorado de tanto andar y sus pies parecían arder como si pisaran la superficie del mismo infierno, o su sucursal más cercana en la tierra al menos. Había viajado tantas horas en autobús y ahora sabía que todo era en vano, ella no estaba.

Andrés no era hombre realmente. Sólo algunos sabían que nació como mujer y hasta los veinte años siempre se ató una gruesa trenza en el cabello, solía adornar su cabeza con peinetas coloridas y verse desnuda frente al espejo con terribles pensamientos, observando sus ojos ojerosos, esos gruesos labios que no podían sonreír y sus piernas manchadas de gotas de sangre muerta, esa sangre natural que tanto dolor le traía desde el mismo vientre en el que llevó a cuestas a un hijo.


A usted sí le digo la verdad: Ese hombre era mujer... era mi madre. Vine aquí con muchas ganas de reunirme con ella, aliviarle la soledad, curar su tristeza. Pero me he enterado que se fue y que hasta los vecinos notaron el dolor que sentía, daba gritos, hasta ahora no sé por qué le dolía tanto el vientre pero mi abuela me ha dicho que ella nació con muchas maldiciones, hasta su regla le venía desde los seis años, me cuenta, y que a ella Dios le dio los peores dolores ahí en el vientre, eso le provocó la tristeza; Lo que no me alcanzó a decir fue por qué después se volvió hombre, dice ella que me abandonó porque mi mamá nunca tuvo pechos grandes y le tenía miedo a los niños, yo ya no soy un niño, por eso me esperé hasta ahora para venir a buscarla...


Andrés tomó entre sus manos un menudo espejo y acercándolo a sus ojos se contempló atemorizado al ver su rostro barbudo, provocó la caída de sus lágrimas espesas y logró que se deslizaran hasta llegar a su pobre alma ahora tan cercana al descanso; se quejaba con gritos hacia su pobre suerte, siempre con voz temblorosa, rasgando el silencio de la habitación con su lamento; sus dolores de menstruo habían acabado con todo finalmente, todo en su vida ; miró por última vez su vientre desnudo y, de súbito cayó al suelo. El espejo cayó también rompiéndose de muchas formas sobre el piso, provocando un brillo inusual en su habitación. Cerca a él, yacía una botella de veneno vacía como un testigo asustado en la escena, manteniendo la respiración, sorprendido de lo ocurrido con la tristeza tan honda de Andrés, su mundo de penas al fín muertas...


Si hay algo que más confunde a la naturaleza para evitar esos dolores que tienes, es llevar vida de hombre... Yo te puedo conseguir muchos pantalones anchos y camisas, también una tijera para cortarte esa trenza y con un mate de flores de nabo te alivio de a pocos ese dolor, tu regla no te vendrá más; también debes alejarte de tu hijo, los niños llaman al sufrimiento de las mujeres con sus gritos por la noche, además tu leche está agria por ese dolor que llevas, el niño no te necesita... Muchos hombres vienen aquí por aguardientes mágicos que le den más hombría, yo tengo muchos frascos todavía, hasta el pelo te va crecer en forma de barba como al de un hombre, tu propio cuerpo va aceptar cualquier cambio, y ya vas a ver que no será en vano, ese vientre tuyo no va pasar por más dolores. La naturaleza va estar tan atareada juntando agua para hacer tanta lluvia que no se fijará en nuestro engaño...

viernes, 9 de octubre de 2009

Relato después de la puerta cerrada

Ese día la escritora encontró a su colegio con la puerta cerrada. Sonrió. Llegó tarde y debía regresarse a su casa pero vio más placentero caminar por "La Selva", un grupo de casas cercanas a su colegio, rodeada de plantas y flores. Así lo hizo. Mientras cortaba los pétalos de algunas flores, notó a lo lejos unos niños de piel amarilla jugando con un árbol frondoso. Enseguida, se acercó. Al verlos de cerca pudo ver que no eran niños, sino hombres de baja estatura, y su piel amarilla no era más que pintura untada...


Nada era como antes.
Ni el bramido de los toros azules oyéndose a lo lejos, en lontananza del pasto amarillo como trigo ni los niños campesinos de cabellos desordenados y caras sucias estaban ya, medio vivendo en el paraje olvidado en sus sueños, imágenes absurdas que se repitieron en su cabeza, ninguna estaba para alejarlo de las realidades, todas echadas de sus pensamientos para luchar contra una fantasía insana que se había instalado en él, atrayéndolo con malicia a un estado penoso.


Y nadie supo las dimensiones de dificultad que trajo consigo para él ignorar a esos pequeños niños de piel amarilla que recorrían su casa contándole historias fugaces con diminutas voces que hablaban todas a la vez, o los bosques de huevos grises que creyó ver, las veces que, tendido sobre su cama, al abrir los ojos, vio un cielo surcado por pájaros gigantes que volaban entonando canciones, agitando sus alas de papel, las líneas violetas de sus paredes tornándose por veces azules o con grabados de mujeres de piernas gruesas; todo ello se había difuminado, volviéndose gaseoso con mucho tiempo y extremo sacrificio del joven, logrando mantener una cordura que asombró a los toros azules de sus sueños. Tristes se alejaron del campo amarillo, volviendo sus cabezas por momentos, aún anhelando volver a bramar en la cabeza del muchacho; sus pequeños ojos húmedos de llanto vieron por última vez el sucio paraje en el que de a pocos, se iban hacinando imponentes edificios grises, despidiendo a los apenados personajes...