sábado, 28 de noviembre de 2015

El lugar que ella habitaba...

La oscuridad de la noche me ocultaba sus muslos.
Y mis dedos los encontraban a tientas.


Sus ojos no hallaban el reflejo ansiado.
Y el péndulo de un reloj resonaba quebrando el silencio
anunciando las tres horas primeras del día.


Su cuerpo parecía cansado, casi rozando el desahucio.
Y mis dedos formaban un arco oval sobre mi abdomen.

El lugar que ella habitaba era lejano.
Casi en el fin del mundo.
Por poco al filo de lo inexplorado.

Una cabaña en medio de un oasis.
Un oasis envuelto de cerezos y miel.
Rebosante de juncos y lirios.
Mágico.
Semejante a quimeras que una mente fabrica.


El lugar que ella habitaba era ahora habitada por ambas.
Y nuestra respiración se confundía como una sola sobre el lecho.

Tanto como nuestras rodillas rozaban
Y nuestras palmas se unían formando un puño amistoso.


Era una noche cualquiera.
Ninguna estrella parecía inspirarnos.

Ni siquiera el rumor de los grillos se oía como me había contado.
No salio tampoco la luna.


Pero era la noche en que al fin
me invitó al lugar que ella habitaba...