domingo, 27 de noviembre de 2016

Intensas maneras

Era un verano del año 2011.
Recuerdo que era un domingo radiante.
El teléfono sonó antes de salir a almorzar y mi pulso se aceleró de inmediato, casi como si un impulso eléctrico embistiera mis venas con sangre bombeando a mil por hora, como un shot de tequila tomado a ultranza.

-Sé que estás ahí.
Resonó en mi habitación.

La voz, claramente, provenía del teléfono a pesar de que yo no lo había contestado.

-Puedo oírte nena. Incluso puedo sentir el bombear de tu sangre. ¿Qué te parece si hoy salimos?
Continuó.

Al oírlo, mi mente cayó en un espiral, sucia de toda comprensión y de espanto, resolvió escapar por completo de toda realidad y se apartó por completo del lugar y del tiempo. Se cubrió en espesas nubes de horror mientras las preguntas luchaban por clavarle e inundarle de dudas.

- Sólo quiero salir contigo y ser tu amigo, nena. Lo demás se lo dejaremos al tiempo.

Sus últimas palabras terminaron por derrumbarme. Mi cuerpo se abrió en dos partes perfectas mientras mis carnes iban implosionado de forma violenta exponiendo venas y sangre hacia afuera, al igual que huesos ahora convertidos en trozos inútiles y luego polvo. Mi cuerpo era ahora un enorme montón de podredumbre maloliente derramada sobre la suavidad de mi alfombra.

-Me encanta cómo hueles, ¿sabes? Me gustas mucho.
Alcancé a oirle.
Mi brazo se extendió casi dos veces su tamaño y alcanzó a alzar el teléfono:

-¿Alo? ¿Eres tú Alejandro?
-Sí, ¡hola! me preguntaba si querías salir hoy.
-Ehmm, claro. Claro que sí.
-¿Paso a recogerte en una hora entonces?
-Esta bien. Hasta luego.
-No puedo creerlo. Nos vemos en una hora entonces, Creí que jamás aceptarías. Sentía que...bueno... ¡Hasta luego!

Colgué y abracé el teléfono, lo cogí fuertemente juntándolo a mi pecho mientras me sentaba sobre la alfombra y pensaba que oficialmente iba tener mi primera cita.
Aún me consumía el espanto.


jueves, 18 de febrero de 2016

Para mi era Mayra

Su nombre era, en realidad, Elizabeth.
A veces era Sindy. Otras, Patricia. Pero conmigo siempre era Mayra.

El día que ella murió hice lo que siempre pensé que haría.

Encerrarme en mi habitación y no salir hasta que me muera yo también.
O al menos hasta que dejara de llorar inconteniblemente y no se notara que traía la cara roja y los ojos hinchados de tanto recordar nuestros días como alumnos de Bellas Artes, como amigos, como amantes, como todo unos hijos de puta inútiles que pasaban sus días entre flirteo barato y sesiones incontables de fumadas de hachis.
Escuchábamos a Philippe Monier, Edith Piaf y cuanto francés nos venda buena música en discos de vinilo y nos inspire a pintar los peores murales de Lima, o tal vez algo más que eso.
Tal vez estimularla. Pero nada de eso sirvió nunca.
Tenía las piernas bien cerradas y la mente muy abierta.

Al principio creí que era su forma cruel de burlarse de los chicos. Calentarlos lo suficiente como para verlos rogar por ella y satisfacer su malicia.
Pero nada de maldad encontré en ella al conocerla.
Era, más bien, una niña cuyos juegos eran un poco más peligrosos que el de otras niñas. Sólo era eso.
Y fue en esos juegos cuando conoció a Alejandro.

Alejandro era otro niño. Y su lista de juguetes se resumían en una pistola, una navaja, una pipa y su más nueva adquisición: Mayra.

...


Odié el día en que la vi tan manipulada.
No era más la chica con la que me hice un tatuaje de león jamaiquino en el torso.

"Mayra, tengo coca en mi cuarto. También puedo ofrecerte algo más", le dije esperando respuesta.

Ella fingió no conocerme y me recordó que su nombre no era Mayra sino Elizabeth.

Ese día me fumé toda la coca que tenía. Lo fumé por los dos. Y recibí una nota en mi cuarto.

"Alejandro me ha dicho que vamos a casarnos. Tendremos un hijo. No me hables más, por favor. Seré sólo de él. Así es como tiene que ser".

Y ya se imaginarán como terminan este tipo de historias.
Ocurren todo el tiempo.
El tipo malo se entera que su novia esta embarazada. Finge agradarle la idea. Y finalmente acaba con ella de una forma violenta. El maldito mundo está lleno de ese tipo de finales nada felices.

Así que ayer, mientras escuchaba nuestro disco favorito, "Martin Circus", pensaba en lo genial que fue que la historia de Mayra no fuera como las de otras niñas.
Alejandro jamás logró asesinarla ni a ella ni a su bebé.

Recuerdo que ese día, luego de leer su nota, fui a buscar al hijo de puta.
Ella dormía mientras discutíamos.
Ambos forcejeamos y se oyó un disparo.

Ella se despertó en seguida.
- ¿Qué haces aquí? - recuerdo que dijo Mayra, Mirándome alarmada con sus ojos de gato.
- Cambiando tu historia. - le dije.

Y se oyeron muchos más disparos. Era como una ráfaga.


Así que, ése, amigos, fue el favor más grande que le hice a alguien.
Y era lo más justo porque ella era a la que más amaba en todo el mundo.

La mandé al cielo con su bebé y la liberé del tipo malo de la historia.
¿O acaso creen que iba a dejar que ella no tuviese un final feliz como el de las otras niñas?




La perra

Yacían entre restos de anfetamina y el hedor del alcohol barato.
Sus cuerpos desnudos se cubrían tan solo de nubes de humo.

- Dime, cuando me conociste... ¿en realidad me odiabas tanto como decías? - dijo ella.
- Uf, muchísimo. Yo fui el primero en llamarte "la perra". Lo siento mucho, no creí que se haría tan popular. - respondió él con cierta pena.
- ¡Así que tú fuiste, hijo de puta! - lo rezondró de manera tierna.
- No había otra manera como describirte. le gritabas a todos, te burlabas de todos, te zurrabas en todos... y te odie por eso.
- ¿Y como es que ahora estás aquí conmigo?
- No tengo una puta idea. Podría atribuirlo a tu culo, tal vez.
- Sí, supongo que tengo un buen culo.
- Puede ser esa la razón. Aunque... en realidad, más que tu atractivo físico, creo hubo algo más...
- Algo más... ¿cómo qué?
- No lo sé. Es extraño. Discutíamos siempre. Ahora que lo pienso no sé en qué momento me empezaste a atraer.
- Sí. Es extraño.
- Lo es, lo es. Por más que pienso no puedo recordar cuando fue que me empezaste a gustar.
- Déjalo así. No pienses más en eso si no puedes recordarlo.
- Sí, será mejor que duerma.

Diciendo esto se apoyo hacia donde ella estaba acostada y recorrió su palma por su pecho, suavemente como si le untase su amor con los dedos, luego jugó con los pezones de su chica como si estos fuesen desenroscables.

- Eres muy tierno cuando intentar recordar algo que nunca pasó.
Te ves muy tierno en verdad... sin embargo lo tuyo además de ternura me causa cierta pena.
Es algo triste ver cómo ignoras que el día que te empecé a gustar fue el día en que te jugué una trampa.
No debí hacerlo. Lo sé.
Pero supongo que es el tipo de cosas que las chicas malas solemos hacer.
Romper reglas.
Salirnos con la nuestra.
Incluso usar magia negra. 

Pensó la perra mientras él dormía junto a ella, sucio de un amor embrujado.


Un último abrazo

- Nena, no puedes follarme e irte así.
- Es la única forma que conozco de irme.
- ¿Y qué hay de lo que me dijiste? Me hablaste de amistad, de cariño...
- Pero nunca de eternidad.
- Bueno, siempre tendrás la llave de mi apartamento.
- Las he arrojado por la ventana mientras dormías.
-¿Y por qué has hecho eso?
- Tu idea de follarnos todo el tiempo, me aterra.
- ¿No me darás si quiera un último beso?
- Podría darte un "no le encuentro sentido".
- ¿Y si te digo que he empezado a sentir algo especial y sublime por ti? ¿Y si te dijera que conocerte me ha liberado de toda esa confusión y dolor que antes sentía?¿Qué me dirías?
- Que empiezas a asustarme.


Ella cogió su bolso y se dirigió a la puerta.

-Oh... ¿sabes?
 Hace unos minutos te llamó una joven. Dejó un mensaje en tu contestadora.
Se llamaba Bárbara.
Justo como el nombre que mencionaste apasionadamente mientras dormías.
Curioso, ¿verdad? Justo cuando ambos acabábamos de despejarnos del pasado, éste nos llama otra vez. e incluso nos deja un mensaje...
Justo cuando creíamos habernos enamorado nuevamente y entregado por completo a una nueva persona...


Diciendo ésto, se retiró a prisa del apartamento de su fugaz amante.
Sus gafas oscuras ocultaban sus nacientes lágrimas y de su garganta parecía emerger un amargo quejido a punto de estallarse.

Mientras tanto, el joven de nuestra historia, se levantaba de la cama de un salto a revisar su contestadora.
Marcó en el teléfono su secuencia de números favoritos. Aquellos números gloriosos que tanto le habían costado olvidar.

- Aló, ¿Bárbara?