Mostrando entradas con la etiqueta escritora. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta escritora. Mostrar todas las entradas

viernes, 9 de octubre de 2009

Relato después de la puerta cerrada

Ese día la escritora encontró a su colegio con la puerta cerrada. Sonrió. Llegó tarde y debía regresarse a su casa pero vio más placentero caminar por "La Selva", un grupo de casas cercanas a su colegio, rodeada de plantas y flores. Así lo hizo. Mientras cortaba los pétalos de algunas flores, notó a lo lejos unos niños de piel amarilla jugando con un árbol frondoso. Enseguida, se acercó. Al verlos de cerca pudo ver que no eran niños, sino hombres de baja estatura, y su piel amarilla no era más que pintura untada...


Nada era como antes.
Ni el bramido de los toros azules oyéndose a lo lejos, en lontananza del pasto amarillo como trigo ni los niños campesinos de cabellos desordenados y caras sucias estaban ya, medio vivendo en el paraje olvidado en sus sueños, imágenes absurdas que se repitieron en su cabeza, ninguna estaba para alejarlo de las realidades, todas echadas de sus pensamientos para luchar contra una fantasía insana que se había instalado en él, atrayéndolo con malicia a un estado penoso.


Y nadie supo las dimensiones de dificultad que trajo consigo para él ignorar a esos pequeños niños de piel amarilla que recorrían su casa contándole historias fugaces con diminutas voces que hablaban todas a la vez, o los bosques de huevos grises que creyó ver, las veces que, tendido sobre su cama, al abrir los ojos, vio un cielo surcado por pájaros gigantes que volaban entonando canciones, agitando sus alas de papel, las líneas violetas de sus paredes tornándose por veces azules o con grabados de mujeres de piernas gruesas; todo ello se había difuminado, volviéndose gaseoso con mucho tiempo y extremo sacrificio del joven, logrando mantener una cordura que asombró a los toros azules de sus sueños. Tristes se alejaron del campo amarillo, volviendo sus cabezas por momentos, aún anhelando volver a bramar en la cabeza del muchacho; sus pequeños ojos húmedos de llanto vieron por última vez el sucio paraje en el que de a pocos, se iban hacinando imponentes edificios grises, despidiendo a los apenados personajes...