sábado, 14 de noviembre de 2009
Poema después de las naranjas...
Llorar era un acto natural para él después de alguna pequeña frustración y el no haber comido unas naranjas que todos en la casa sí comieron lo era. La escritora lo llamó a su cuarto y compartió con el pequeño sus naranjas. "Tía, ¿sabes un cuento?" le preguntó José. Ella asintió y comenzó a contarle un cuento acerca de un gigante de piedra.
José se durmió. El dormirse a la mitad de un cuento era también uno de sus actos naturales. La escritora escribió...
No grites.
Ni grites ni corras. Ni Corras ni desesperes.
Que las flores negras, entreabiertas
como ojos de ebrias mujeres no te verán...
Córtalas para que no respiren.
Desahógate.
Desahógate y llora. Llora y abrázame.
Pero no me dejes solo en el campo
como el gigante triste que de desolación se volvió piedra...
Riégame con tus lágrimas.
No tropieces.
No tropieces ni te lastimes. Ni te lastimes ni huyas.
Porque aún tu cabello es oscuro como esta noche
y tu vida es larga como este camino de flores negras...
Ámame sin importarte lo vieja que son mis raíces.
Mira mi corteza.
Mírala y escribe sobre ella. Escribe y olvídate de las flores.
Porque aún teniendo cien años
Nunca tuve espanto como el tuyo hacia obstáculos tan tiernos...
Córtalas para que no nos hieran.
Despierta.
Despierta y bésame. Bésame y mírame a los ojos.
Para que veas que tu llanto me convirtió en hombre
y tu valentía destruyó a las flores...
Escucha el rumor de la victoria en el bosque.
viernes, 30 de octubre de 2009
Relato después de levantarse a las dos de la tarde...
No hay domingo que la escritora se levante temprano pese a sus esfuerzos que siempre parecen inútiles. El reloj despertador falló otra vez un domingo y a ella sólo le queda tomar un vaso de leche y escribir...
Eran las dos de la mañana.
Su conciencia estaba regañándolo como una madre histérica de voz confundida entre las miles de la noche, que resonaban como amenazantes ecos en su cabeza dejando espacio al temor y a la inconciencia como péndulos que tocaban en su cama destendida; el sujeto se detuvo a percibir vagamente las sensaciones que experimentaba notando que ya las conocía, eran todas de niñez, añejas e impensables en aquella adultez suya que parecía el resultado de años perdidos en falsa diversión, en lecciones no aprendidas...
"Levántate".
Hundiendo su rostro sobre el colchón, imaginó un abismo con los puntos rojos de sus ojos cerrados que iban tentándolo a arrojarse en un vacío que evitaría la vergüenza de dormir catorce horas diarias y tomar como entretenimiento acariciar a una escuálida gata de pelos grises, siguió hundiéndose adormecido por los olores a grasa de cabello y sudor seco, se sujetó con el rostro al colchón.
"Esa cama está absorbiéndote".
Dejó de hacerlo al percibir dificultad en su respiración y de súbito se levantó de la cama siendo sostenido por los temblorosos huesos de sus brazos, aún oyendo las voces lejanas y multiplicadas por un poder extraño sobre su catre, voces que inquietan o calman según van los ánimos en sus sesos de infante, no solían ser así las cosas antes de su enfermedad y a menudo se le oyó canturrear baladas francesas en el umbral de su puerta mirando un horizonte incierto, no era felicidad pero al menos era cordura.
"Es hora de verte al espejo y sonreírle al reflejo".
Pero el sujeto mostró su enojo frunciendo su rostro para volverse nuevamente entre sus sábanas calientes que olían al hedor de la pereza, sopor del vacío al que se sometió por circunstancias penosas y continuó en el galope incesante del perder las horas, una a una convirtiéndolas en días; relamió con suavidad sus labios para tragar algo de saliva y sintió pesadas sus mejillas, como si no soportasen más el mal sabor que traían encima, era como haber tragado un bolo de carne podrida al que uno como este sujeto se acostumbra ya de tanto saborearlo.
"Donde ves una luna odiosa yo veo una sonrisa brillante", volvieron las voces.
domingo, 11 de octubre de 2009
Relato durante el baño de José...
José estaba bañándose, más bien jugando con el agua porque aún tiene cuatro años.
La escritora lo observaba mientras tronaba sus dedos huesudos y reposaba en una silla, cuidando al pequeño de quién sabe qué, "ahora vengo" le dijo. Regresó con muchos lápices de color y papeles para dibujarlo en la tina, falló.
Luego de un rato sólo quiso escribir un poco mientras veia a José jugando con dinosaurios flotantes de plástico luchando contra soldaditos sin piernas y canicas sumergidas que iban moviéndose por ratos, incomodando a sus pies entumecidos...
Sacó del bolsillo de su pantalón una canica. La miró fijamente, como si su vida dependiera de ello, como lo hacen los niños. En el interior de la canica estaba el iris de un gato y su burbuja de vidrio transparente; acercó su vista peligrosamente, apretando la esfera entre sus dedos, el mundo parecía limitado.
sábado, 10 de octubre de 2009
Relato después de un sueño extraño...
Andrés no era hombre realmente. Sólo algunos sabían que nació como mujer y hasta los veinte años siempre se ató una gruesa trenza en el cabello, solía adornar su cabeza con peinetas coloridas y verse desnuda frente al espejo con terribles pensamientos, observando sus ojos ojerosos, esos gruesos labios que no podían sonreír y sus piernas manchadas de gotas de sangre muerta, esa sangre natural que tanto dolor le traía desde el mismo vientre en el que llevó a cuestas a un hijo.
viernes, 9 de octubre de 2009
Relato después de la puerta cerrada
Nada era como antes.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Relato después de leer por primera vez a Rulfo con su genial "Pedro Páramo"
La escritora encontró a su autor favorito y jamás pensó que iba ser un Premio Nobel, ella siempre se vio como la fiel seguidora de un bohemio escritor ruso que en vida no fuera premiado ni llevara una vida rodeada en sociedad con otros escritores. La escritora tomó nuevamente al libro entre sus manos - "Pedro Páramo", la renovación de la prosa - y colocando una hoja sobre él, escribió...
Olía a muerte esa noche.
Habíamos estado muy tristes pensando en lo ocurrido, formando imágenes, recortes de recuerdos pasados... entre silencios secos y lágrimas húmedas, en tan vagas miradas nos hallábamos preguntándonos con los ojos unos por qués que llegan tan hondo... tan hondo, hasta nuestras cavidades nasales por momentos, el olor fétido despedido por el tanto pensar en fatalidad, el olor de la muerte que rondó esa y las siguientes noches en esa nuestra casa, así como era, humilde y de esteras que no refugian ni en lloviznas, casa de arcilla arenosa, tán debil aunque fuerte al soportar nuestros peores años, ahora ya, soportando aquel olor a penumbra, a llanto contenido, a la resignación por la muerte de nuestro hijo, a tus lágrimas enjugando tu rostro pálido, a tanto ya...
Fuiste tú quien - pasmada - lo descubrió sobre el piso, cruel escena. Sin el horror de la sangre derramada, ni heridas suyas que te atormenten. Inerte, como cuando dormía junto a tu pecho en la calidez de tus brazos suaves protegiéndolos de cualquier espíritu malo... y es eso creo lo que lo ha matado.
poema después de cierta discusión, su única amiga dejó de serlo
Esther parecía enojada y la escritora notó en ella un cierto rencor, como si no se atreviese a decirle la justificada ira que sentía.
Le gritó. Nunca lo había hecho pero le agradaba al menos verla desahogarse. Ese día la escritora durmió muchas horas y aún así parecía tener sueño - el bostezo es señal de depresión - ella no quiso sentirse así, es por eso que quiso plasmar lo que sentía en las siguientes líneas y volver a dormir...
Soy la soledad que nadie busca
Soy yo la tristeza presente
Soy yo la locura innata
De la vida o quizá de la muerte...
Soy yo la marchitez de las flores
soy yo la habitante de un mundo lejano
de los pesares y también de los desamores.
Soy yo la figura que observa impávida
en fuentes de agua sus ojos
Aun sabiendo que son sólo dos malos actores
de esta fatal soledad que aqueja.
Soy yo la que hablole al mundo
cuando en este sólo gritaban los necios
Mas el eco retumbó amargamente
Ahogando frases de mi lamento...